Flores de Asfalto

Crecí en París, un barrio de la comuna 1 del municipio de Bello. En la primera década de los años 2000 – en mi plena adolescencia- sus calles empinadas vieron pasar jóvenes llenos de esa esperanza de la que habla Freire, convidando a celebrar la vida con arte, juegos y alegría. En esos momentos el movimiento juvenil del barrio existía y resistía para hacerle frente tanto a la violencia generada durante muchos años por la lucha y el control territorial como a la estigmatización de muchos sectores de la ciudad hacia los jóvenes del barrio y al barrio mismo, incluso cuando los picos de violencia habían menguado, de allí que fuera común mucho tiempo después escuchar frases como “París donde te morís” o la típicas respuestas de taxistas “No, yo por allá no subo” o que a un profesional, cuyas capacidades laborales no se ponían en duda, le tocará irse del barrio porque por vivir allí no le daban el trabajo

Para muchos jóvenes el arte se convirtió en un espacio refugio para re-¡existir! Como esas plantitas que crecen en medio del asfalto negándose a ser arrasadas por el cemento. 

A la edad de 13 años inicie mi proceso artístico con dos de los grupos de teatro del barrio, grupos populares que hacían arte con las uñas, con el sudor y las ganas, sin recursos y desde una apuesta comunitaria. Para mí, empezar a hacer teatro en el barrio, me permitió recorrerlo y reconocerlo, pues eran las calles, las terrazas y las esquinas los escenarios predilectos para los ensayos y las representaciones. El teatro como espacio de encuentro me permitió también conocer otras experiencias de vida, historias de diversos jóvenes que, a través del arte denunciaban un sistema opresor y autoritario, le decían ¡No a la guerra! y proponen otras formas de relacionarnos para crear más espacios de vida digna y en paz.

Encontrar en el teatro una apuesta colectiva, viva y vinculante trajo consigo además la pregunta por mi cuerpo como territorio; el encuentro con otras y otros me permitió expandir mi mirada del mundo y poner a dialogar mis propias intuiciones e inquietudes con respecto a mi lugar como mujer en esta sociedad antioqueña tan conversadora y patriarcal.  

La historia de nuestros cuerpos como mujeres no se aleja y más bien parece un reflejo de las dinámicas de la ciudad, así como en el barrio, los diferentes procesos de control y posesión de un territorio son un espejo de las formas de dominación y control que esta cultura colonial, patriarcal y capitalista tiene sobre los cuerpos de mujeres y hombres de manera  diferenciada en la cual se imponen unas formas rígidas de ser, verse y estar; situación en la cual las mujeres hemos estado en desventaja, subordinación y discriminación por el hecho de ser mujeres, que además se agrava y complejiza si se entrecruzan otras categorías como la etnia, la orientación sexual, la procedencia, la condición física, la edad, etc. 

Uno de los regalos que me dio el teatro fue el conocer una carrera como trabajo social, ingresar a la academia además me permitió el encuentro con los feminismos, por lo que esas preguntas por mi ser mujer se politizaron a medida que leía autoras, escuchaba profes y sobre todo conversaba con otras compañeras, amigas y amigos en los pasillos de la universidad entre clase y clase.

Desde ese momento, mi lectura de la realidad tiene como lente la perspectiva de género que había encontrado en los diferentes feminismos para ubicar, comprender y cuestionar las relaciones de poder que atraviesan nuestra forma de pensar e interactuar como mujeres y hombres. Hablar de transformaciones socioculturales a veces nos ubica en lo macro, en la estructura – y se nos olvida que esa estructura cultural habita en cada una/uno, por eso a los feminismos también les agradezco que aquel deseo de transformación de ese sistema opresor viajará primero hacia adentro para agrietarlo en mí a medida que lo conversaba afuera.

Para pasar de lo íntimo a lo colectivo ¡el teatro! Como la posibilidad de convertir en imágenes estas preguntas a través de actos estéticos, éticos y políticos.

En este cruce de caminos siempre he encontrado la complicidad y la amistad para soñar y crear, es en las entrañas de estas complicidades que nace la Colectiva Teatral La Caldera como un lugar para el encuentro, para la investigación y la creación de procesos y actos creativos que, desde una perspectiva de género, pongan en la escena otras narrativas que reivindiquen el cuidado y el respeto por la diferencia, develando en lo íntimo y en lo público las diferentes problemáticas que recaen sobre nuestros cuerpos como hombres, mujeres, personas no binarias, en una sociedad que impone ciertos modos de estar y relacionarnos mediante roles y funciones “incuestionables”, con la intención de abrirle paso a preguntas, reflexiones y sentires sobre otras formas de fabular la realidad que nos permite imaginarnos -en- otros escenarios en los que podamos vivir más libre y auto determinadamente.

Continuar Leyendo…

Tus donaciones permiten impactar a más mujeres y jóvenes en todo el territorio nacional

Únete y apoya

nuestro propósito

Tus donaciones permiten impactar a más mujeres y jóvenes en todo el territorio nacional

Únete y apoya

nuestro propósito

Es preciso tener esperanza, pero tener esperanza del verbo esperanzar; porque hay gente que tiene esperanza de verbo esperar. Y la esperanza del verbo esperar no es esperanza, es espera. ¡Esperanzar es levantarse, esperanzar es perseguir algo, esperanzar es construir, esperanzar es no desistir! Esperanzar es avanzar, esperanzar es juntarse con otros para hacer las cosas de otro modo”
Paulo Freire.

Estamos convencidas que un primer paso para transformar aquellas prácticas violentas y discriminatorias que se han naturalizado y normalizado es reconocerlas, nombrarlas y visibilizarlas, ojalá para luego asumir un compromiso frente a ellas y romper cualquier p-acto que reproduzca en forma de chistes, comentarios o actitudes: el machismo, sexismo, racismo, homofobia, transfobia, capacitismo, xenofobia… Moverse de lugar, cultivar la empatía y dejarnos contagiar por la idea del cuidado que no solo implica a la humanidad sino también a esos otros seres vivos con quienes cohabitamos en este pluriverso.

Comprender que somos plurales y diversos en contextos desiguales nos deja una reflexión por la equidad como camino para lograr esa igualdad entre los géneros… no pretendemos una búsqueda de la igualdad borrando nuestras diferencias, así como pensamos que lo colectivo no puede ir en contravía de las singularidades de cada una/uno/une, pues no consideramos que la diferencia sean una razón para excluir sino todo lo contrario, hacen parte de nuestra riqueza social y cultural, y que en el diálogo de esa diferencia está la potencia de lo que somos.

Por ende, la erradicación de las violencias y discriminaciones para lograr la equidad de género conllevan a pensarnos una Ética de vida distinta: aceptar de una vez por todas, la valiente osadía de estar cerca para esperanzarse colectivamente y hacer las cosas de otro modo.

Sería urgente entonces corazonar el pensamiento y ser como aquellas plantas- flores de asfalto-…

/llamadas también maleza o malas hierbas/ Así como fuimos nombrados aquellos jóvenes de los 2000 que, tras el estigma de crecer en un barrio, éramos foco de discriminación/ o como hemos sido nombradas muchas mujeres a lo largo de la historia, que alzando la voz para denunciar las violencias sobre nuestros cuerpos exigimos la garantía de nuestros derechos.

… y ser como aquellas plantas- flores de asfalto- que crecen rebeldes para recordarnos que hasta en los lugares más hostiles siempre emerge la terca vida y pinta de colores el paisaje gris.

Escrito por: Juana [Karen Andrea] Arroyave Barco

¿De cuánta utilidad te ha parecido este contenido?

¡Haz clic en una estrella para puntuarlo!

Promedio de puntuación 0 / 5. Recuento de votos: 0

Hasta ahora, ¡no hay votos!. Sé el primero en puntuar este contenido.

+1
1
+1
0
+1
3
+1
0
+1
0
+1
0
+1
0