Reinventarse en medio de la incertidumbre

24 de septiembre de 2025

Ana maría Ochoa Patiño

El 31 de marzo me quedé sin trabajo. Tenía una lista de proyectos, la sensación de estar haciendo bien las cosas y la tranquilidad (casi ingenua) de que lo que venía sería, por supuesto, mejor. No fue así. O al menos no de la manera en que lo imaginé. Quedarse sin empleo no es solo perder un salario: es desmontar la imagen que tienes de ti, reconstruirla en cámara lenta y, a veces, a oscuras. Es enfrentarte a un espejo que devuelve dudas en lugar de certezas. En esa espera incómoda aparecen los silencios: postulaciones que nunca reciben respuesta, entrevistas que terminan con un “te llamaremos” que no llega, empresas que te ilusionan y luego te ignoran. Y ahí, entre esos silencios, aparecen los otros monstruos: las facturas que no esperan, las obligaciones que se acumulan, la culpa que te carcome porque sientes que no hiciste suficiente. Surge la voz del impostor que susurra: “¿y si realmente no eres tan buena? ¿y si tu carrera fue pura suerte?”.

Pero perder un empleo también te obliga a inventarte. Y no una, sino mil veces. Inventar nuevas rutinas, nuevas formas de mostrar tu trabajo, nuevas estrategias para mantenerte de pie cuando lo más tentador es caer en la frustración. Inventarse un perfil profesional más fuerte, más claro, más honesto. Inventar la paciencia para seguir buscando cuando todo parece un callejón sin salida.

La resiliencia, esa palabra tan mencionada, aquí deja de ser teoría y se convierte en un campo de batalla. Cada día peleo con la idea de ser resiliente: a veces se siente como un peso, como la obligación de levantarse sin importar qué; otras, como una posibilidad de descubrir una fuerza que no sabía que tenía. Resiliencia no es sonreír como si nada pasara: es permitirte llorar, enojarte, sentir la angustia… y aun así volver a mandar otra hoja de vida. Es aceptar que las negativas duelen, pero no definen tu valor. Es reconocer que un “no” no es un final, sino un espacio de aprendizaje sobre cómo mejorar la próxima vez.

He entendido que este proceso no es lineal. Hay días luminosos en los que crees que todo se acomodará y días oscuros en los que el síndrome del impostor se sienta a desayunar contigo. En ambos casos, la clave está en no quedarte sola en el túnel. Buscar redes de apoyo, hablar con otras mujeres y jóvenes que atraviesan lo mismo, compartir la carga sin culpas. Y, sobre todo, no convertir a esas redes en un saco donde descargas frustraciones, sino en espacios donde se construye esperanza colectiva.

Quedarse sin empleo no debería vivirse como un fracaso personal. Es una etapa que revela cuánto valor eres capaz de crear en condiciones adversas, cuánto coraje puedes sostener en medio del miedo. Al final, perder un trabajo puede ser el inicio de una nueva relación contigo misma: más realista, más fuerte, más compasiva. Si estás pasando por algo parecido, quiero decirte algo que también necesito recordarme: no eres tu currículum, no eres tu último puesto, no eres las respuestas que no llegaron. Eres la suma de tus intentos, de tu creatividad, de tu capacidad de reinventarte una y otra vez.

Y aunque las negativas duelan, aunque el silencio sea ensordecedor, cada día que eliges seguir adelante ya es una victoria. Sé que hoy la resiliencia me acompaña más como una obligación que como un regalo, pero espero que de este camino pueda salir algo distinto: aprender a abrazarla no solo como el deber de seguir, sino como una certeza buena, una fuerza que me acompañe y me recuerde que incluso en la tormenta hay construcción.

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